"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Recordando a Cándida

RECORDANDO A CÁNDIDA. En la oficina me decían La Psicóloga. Por razones que no vienen al caso tuve que abandonar la carrera a medio terminar pero siempre mantuve mi férrea vocación. Como muchas chicas por aquellos años, llegué a la Capital en busca de nuevos horizontes. Pero no es de mí que quiero hablar sino de Cándida , una compañera de trabajo. La empresa en que trabajábamos fabricaba todo tipo de artículos de plástico para bazares. Fui ascendiendo hasta llegar al cargo de jefa de Relaciones Públicas. Cándida, desde hacía unos meses había ingresado, por recomendaciones de no sé quien, como encargada del archivo. A fines de los sesenta, Una mujer con unos kilos de más, habiendo llegado a los 50 soltera y para colmo portando ese nombre, era demasiado tímida. Tenía bastante en su contra. La habían tomado de punto,para el churrete, es decir había muchos compañeros que se burlaban de ella y lo que es peor, sin disimulo. Venía observando desde hacía un tiempo que cuando le pedía algún material de los que tenía a su cargo, en lugar de mandármelo con el muchacho quien se encargaba de la distribución,, los traía ella. Esa tarde no la oí entrar, la puerta estaba entreabierta y Cándida usabas zapatos bajos y con suela de goma. Al levantar la vista me encontré con sus ojos grandes y tristes. Ambas nos sorprendimos, al verla a punto de llorar le pregunté ¿Que te pasa, tenés problemas con tu mamá?Sabía que su madre andaba por los ochenta y tantos, que últimamente no estaba bien de salud. Vivían solas, una vecina voluntariosa se daba una vuelta de vez en cuando, mientras Cándida estaba en el trabajo. No, no es eso por suerte mamá está bastante mejor, aunque siempre tengo miedo que le pase algo cuando se queda sola, y agregó -Me gustaría conversar con usted pero fuera de aquí, cuando pueda,por supuesto. Ante todo querría que vos también me tutearas -le dije y agregué- mañana es viernes, que te parece si a la salida te venís conmigo a mi departamento y charlamos un rato tranquilas, vivo a unos diez minutos de aquí, Los bares son muy ruidosos. La cara se le iluminó, Bueno, gracias, dijo con timidez. Al día siguiente, al llegar a casa, le pedí que se pusiera cómoda y le ofrecí algo de tomar. Al rato nos encontrábamos sentadas en la cocina frente a dos tazas de café, lo tomamos en silencio. Cuando trató de hablar no pudo, se deshizo en llanto. Mientras se secaba las lágrimas con su mano derecha apoyó la izquierda sobre la mesa, regordeta con uñas cortas y sin pintar pero pulcras. Sin saber que decirle, apoyé mi mano sobre la suya presionándola con suavidad, esperando que se calmara. Cuando lo hizo, a medias, me relató atropelladamente todo lo que yo sabía de sobra,el mal trato que recibía de algunos de sus compañeros. Me pidió que le diera algún consejo, que le dijera que podía hacer para cambiar esa situación. -Trato de ser amable con ellos pero es inútil- dijo entre sollozos. Quedé pensativa unos momentos hasta que me animé a decirle. Creo que debieras empezar por cambiar tu aspecto, tu modo de vestir, tu peinado... La llevé a mi habitación, le dije que se mirara en el espejo. Vas a ver que apenas con unos retoques parecerás otra. Tenía el pelo corto y pajizo como pegado a la cabeza. Le pedí que se lo cepillara como para darle un poco de vuelo,Hice que se pintara los labios con un color rosa suave y que se diera algo de sombra en los ojos. Mi talla, no coincidía con la de ella pero recordé que tenía una camisola de seda bastante amplia, se la di para que se la pusiera en lugar de su clásica blusa blanca. Parecíamos dos chiquillas jugando a ser grandes. Con unos alfileres le recogí la pollera por encima de la rodilla, tenés unas lindas piernas comenté y se enrojeció levemente. Tendrías que comprarte unos zapatos con un poco de taco,al principio no te conviene que sean demasiado altos hasta que te acostumbres a caminar. Ahora mirate, le dije abriendo la puerta del placar donde tenía un espejo en el que se podía ver de cuerpo entero. Después del momento de sorpresa al verse asomó su sonrisa, que era uno de sus mayores encantos. Pasó algo más de una semana, antes que aquel día apareciera Cándida con su nuevo aspecto. Según me contó la recepcionista entró sonriente, se la veía bonita, parecía otra. Sin embargo el sueño de haberse convertido de Cenicienta en princesa no duró mucho. siguieron las miradas burlonas y las sonrisas cómplices. Cándida lo soportaba todo con entereza, hasta me pareció percibir cierto desafío cuando los miraba. Trataba de alentarla cada vez que la veía. Mantenete firme, le decía,´les ganarás por cansancio. Era viernes casi a la hora de salida cuando Cándida cruzaba el hall principal, pasó a su lado Guillermo y le dijo en voz alta ¡La mona aunque la vistan de seda, mona queda! Ese momento coincidió con la entrada del gerente general que venía desde la calle. Guillermo no lo vio pero sí ella, quien apuró el paso y se encerró en su oficina. El lunes siguiente no vino a trabajar, pensamos que le habría sucedido algo a su madre. Una hora después, cuando llegó su ayudante y entró a la sala de archivo la encontró sentada, dormida para siempre. Su atormentado corazón no había podido soportar tanta crueldad. La partida de Cándida hizo que se produjera un cambio total en mi vida, pero esa es otra historia. Úrsula Buzio

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